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martes, 11 de marzo de 2014

Libres

    La oportunidad de hacer un viaje, aunque fuera relámpago, una escapada a la playa no la hemos dejado pasar.




    Y no me arrepiento, porque aunque el viaje a veces se hace largo, la recompensa merece y mucho la pena.

     Inesperadamente el tiempo acompañaba y todo lo demás también...



 
    Ha sido un tiempo inolvidable y en familia. Sin horarios, ni presiones, los niños libres.

    Muchos ratos sin ningún juguete de plástico, nada. Sólo agua y arena de playa. Naturaleza en estado puro.






     Trasvases, correr, bailar, pasear, saltar olas en la orilla del mar, tirar conchas al mar, palos, recoger caracolas mini, dibujar con los dedos en la arena, trepar por la duna salvaje, hacer agujeros con las manos, montañas de arena, estar con nuestros perros, hablar, pasear de la mano, en la mochila con mamá, cruzar el río en brazos, sentarse a ver el mar, los caballos en la playa...






    A ratos con el abrigo, a ratos con las piernas al aire....

    Y es entonces cuándo más me pregunto y me cuestiono el modelo de educación que tenemos...




    Y me da pena, mucha pena.

    Pero siempre quedará el hogar. Los ratos de juego libre. Los ratos de contacto con la naturaleza.

     O con lo que queda de ella...

    El tiempo sin presiones con mis hijos me vale oro. Y el apoyo familiar también.

    Os deseo lo mejor. 

    A vosotros y a vuestros hijos.

    A los que educais de forma tradicional, a los que educan en casa, a los que llevan a sus hijos escuelas libres, a los que no y lo sufren, a los que no saben qué hacer, a los que saben qué hacer pero no pueden, a los que no son conscientes de la educación que se da  a sus hijos en el cole al que van, a los que no se plantean nada... 

    Imagino que de la misma manera que el mar ha vuelto a coger éstos días de temporal el trozo que le pertenecía, así la naturaleza volverá algún día a decirnos que la educación de nuestros hijos es lo que algún día puede ayudar a cambiar el mundo. 

    Feliz semana...

martes, 11 de febrero de 2014

Dorada al horno - reflexión

    Cuentan que en cierta ocasión se reunió una familia para celebrar un acontecimiento.

    Un joven, se ofreció a cocinar para todos para que su madre y su abuela no tuvieran que hacerlo aquel día y pudieran descansar, puesto que habitualmente lo hacían ellas.

    Así que se metió en la cocina y con él su sobrino, que quería ayudarle.

    Uno de los platos que iban a cocinar era dorada al horno.

    Primero lavaron dos grandes doradas abiertas en libro y les cortaron la cola.




    Después, las colocaron bocaabajo, abiertas. Les echaron un chorrito de aceite y una fila de sal gorda a lo largo de cada mitad.



    Y al horno lo metieron.

    El sobrino le preguntó a su tío:

    - ¿Por qué les has cortado la cola?
    - Pues porque se hace así.
    - ¿Pero por qué se hace así?
    - No sé. Supongo que están más sabrosas. Mi madre siempre las ha hecho así y así se hacen.

    No convencido, salió al salón y le preguntó a la madre de su tío.

    - ¿Por qué para cocinar las doradas hay que cortarles la cola?
    - No sé, se hace así. La abuela siempre las hizo así. Supongo son más sanas.

    No convencido nuevamente, se fué a preguntar a la abuela de su tío.

    - ¿Por qué para cocinar las doradas hay que cortarles la cola?
    - Hijo, el horno que yo he tenido toda la vida, era muy pequeño. Y para poderlas meter al horno, les he cortado siempre la cola. Pero no hace falta cortarla. En realidad da igual.

     Su hija y su nieto se quedaron pensativos. Toda la vida haciendo algo, y pensando que era lo mejor, porque siempre se había hecho así y en realidad no tenía ninguna importancia.

    Hacemos cosas por tradición y a veces no es lo mejor. O sí...

    Por eso es conveniente que sepamos por qué hacemos ciertas cosas al educar a nuestros hijos. A veces lo tradicional no es lo mejor.

    Ni lo peor...

    Simplemente es lo tradicional.

    ¿Os ha pasado alguna vez algo parecido?