Cuentan que en cierta ocasión se reunió una familia para celebrar un acontecimiento.
Un joven, se ofreció a cocinar para todos para que su madre y su abuela no tuvieran que hacerlo aquel día y pudieran descansar, puesto que habitualmente lo hacían ellas.
Así que se metió en la cocina y con él su sobrino, que quería ayudarle.
Uno de los platos que iban a cocinar era dorada al horno.
Después, las colocaron bocaabajo, abiertas. Les echaron un chorrito de aceite y una fila de sal gorda a lo largo de cada mitad.
Y al horno lo metieron.
El sobrino le preguntó a su tío:
- ¿Por qué les has cortado la cola?
- Pues porque se hace así.
- ¿Pero por qué se hace así?
- No sé. Supongo que están más sabrosas. Mi madre siempre las ha hecho así y así se hacen.
No convencido, salió al salón y le preguntó a la madre de su tío.
- ¿Por qué para cocinar las doradas hay que cortarles la cola?
- No sé, se hace así. La abuela siempre las hizo así. Supongo son más sanas.
No convencido nuevamente, se fué a preguntar a la abuela de su tío.
- ¿Por qué para cocinar las doradas hay que cortarles la cola?
- Hijo, el horno que yo he tenido toda la vida, era muy pequeño. Y para poderlas meter al horno, les he cortado siempre la cola. Pero no hace falta cortarla. En realidad da igual.
Su hija y su nieto se quedaron pensativos. Toda la vida haciendo algo, y pensando que era lo mejor, porque siempre se había hecho así y en realidad no tenía ninguna importancia.
Hacemos cosas por tradición y a veces no es lo mejor. O sí...
Por eso es conveniente que sepamos por qué hacemos ciertas cosas al educar a nuestros hijos. A veces lo tradicional no es lo mejor.
Ni lo peor...
Ni lo peor...
Simplemente es lo tradicional.
¿Os ha pasado alguna vez algo parecido?
¿Os ha pasado alguna vez algo parecido?
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